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ESCENARIOS TRANSITORIOS

INSTALACION YURTAS

 

Arquitectos ruta 4 (Daniel Buitrago, Jorge Noreña, Juliana López, Julián Vásquez)

Colaboradores Tierra querida (Diego Quiceno, Sandy Cajica, Carolina González, Joaquin Fuentes)

Ubicación Pereira, Colombia

Año Proyecto 2016

Fotografías ruta 4.

Activación artística Festival De Poesía Luna De Locos, Mundos Hermanos, El Comienzo Del Arcoíris, Batucada La Retumbante Rebelde.

Los territorios son organismos vivos, volátiles e íntimamente conectados, con capacidad de enfermarse, transformarse y recuperarse.  Colombia se autoconstruye y se regenera desde su carencia, la recursividad y la sutilmente llamada “informalidad” a permitido que el país sane heridas que por sí mismo no podría sanar, sin embargo somos como un perro mordisqueando sus propias patas, desplazando y destruyendo la fuerza vital que sostiene la frágil estructura de un modelo de desarrollo que se tambalea entre cristales, en nuestra nación desplazada la necesidad de vivienda avanza más rápido que los programas de gobierno para suministrarla. Los camaleónicos ranchos de estructuras inclinadas han sido la respuesta empírica de las comunidades durante décadas, estamos ante un país que se construye y se destruye solo con la misma complejidad y simpleza de una célula.

Esta es la historia de dos de esos espacios nacidos desde adentro, en tierras tan absurdas como lo es cualquiera que este lejos de nuestra mirada, lugares en los que enseñamos y aprendimos a construir a partir de la técnica y desde la quimérica noción de materializar los sueños. El proyecto consistía en construir dos escenarios transitorios para la poesía en lugares donde paradójicamente se necesita de todo y no precisamente de forma temporal, pero lo permanente no es necesariamente lo trascendente y si lo hermoso de la vida esta en los ojos de quien mira, hemos de encontrar en la poesía  su significado más amplio una sanadora forma de relacionarnos con el mundo,  igual a una capa superficial de azúcar para tragarnos la vida, es el equivalente a ese trozo de panela en el que nos envolvían el purgante o los cuadernos con olor a frutas para sobrevivir las 2 horas diarias de matemáticas, todo arte es en esencia una puerta para trasformar la mirada y no hay quien necesite con mayor urgencia aquella cobertura dulce que quien baila diariamente con la realidad en su versión más cruda.

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El primero, es un lugar a las afueras de Pereira, aislado totalmente de los servicios de la ciudad y con un peaje en medio que sella la ruptura. San isidro que es el nombre del barrio, se extiende casi infinitamente en el horizonte con dos hileras de casas enfrentadas en línea recta como rieles paralelos de un mismo camino, es el recuerdo del ferrocarril a carbón que en algún momento paso por allí incinerando los techos de paja que cubrían las viviendas. Entre decenas de murales y cultivos de caña que presagian la proximidad del valle del cauca, nos sumergimos en un territorio el cual parece regido por una fuerza gravitacional más fuerte que nos ata a la tierra, haciendo más difícil caminar, el aire se hace tan húmedo y el calor tan espeso que la piel se vuelve liquida y grumosa, dificultando el trabajo y tostando la tierra hasta el punto que clavar una pala se vuelve proeza, en un lugar en el que se presume el comienzo del arcoíris y en donde el césped sin podar se recuesta sobre la tierra cada vez que el viento sopla, allí, en dos días acompañados de teatro y baile aprendimos a construir Yurtas, antiguas estructuras plegables usadas por los nómadas mongoles como solución a la vivienda itinerante. Conocimiento de nómadas voluntarios aplicado a las comunidades de nómadas involuntarios que abundan en Colombia, pero la estructura no seria replicada, desde el principio advertimos que este era un territorio absurdo, así que la yurta no sería una vivienda y jamás se rosaría el suelo, estaría levitando como un escenario para artistas, bailarines, músicos o todo aquel lo suficientemente obstinado en mirar la vida a través de los ojos de un poeta.

El segundo lugar es un poco más compacto, pero no por ello menos infinito, es el equivalente a un cubo rubik desarmado, siluetas multicolores tejidas geométricamente en camarotes que parecen extraídos de una novela de Charles Dickens. Una enorme casa en el centro de Pereira con paredes personalizadas de historias y armas convertidas en guitarras es el hogar de decenas de niños y niñas que tienen en su pasado la separación de sus familias y el deambular infortunado por las calles de la ciudad.  La cabeza de un niño puede ser un mundo sin limitaciones y un taller de arquitectura para ellos podría ser la forma de acceder al universo de improbabilidades que la vida nos ha ido censurando, el escenario resulto siendo contra todo pronóstico un universo, un cosmos utópico de dragones y lo tendríamos que construir usando únicamente lo que nos encontráramos en los rincones de la casa, libros de tapa blanda, almohadas blancas, cobijas verdes con puntos oscuros y retazos irregulares de papel.

Para la noche se prepararon poetas invitados y propios, en San Isidro. Tendieron un camino de fuego con antorchas bañadas de petróleo y en el fondo levitando junto al cultivo de caña se alzaba la yurta soportada por tres finos tensores imperceptibles entre el humo que escupían las antorchas y la luz dorada que vestía cada una de las cañas de la estructura;  a kilómetros de distancia en un mundo de niños,  libros y almohadas colgaban del techo como testimonio de sueños pasados y futuros, un dragón de mantas verdes acogiendo al poeta y una gran cabeza con dientes irregulares de papel mache delineando una boca de la que emanaba una parpadeante luz verde que pintaba de color las paredes como una vela acechada por el viento. Los niños ansiosos por salir al escenario repasaban todo el lugar con su mirada, con ojos tan inquietos que de haber podido habrían mirado hacia sus adentros ocultándose del bullicio de sus espectadores. Yurtas o dragones, espacios permanentes o transitorios, este proyecto se trata de momentos en los que el espacio lucio de una forma absurda y fue habitado con palabras, con luces, fuego y poetas jóvenes y viejos de rodillas temblorosas y frente sudorosa. ¿Hace cuanto la arquitectura dejo de conmovernos por tratar de impresionarnos?  ¿Desde hace cuanto los espacios dejaron de percibirse con todos los sentidos?, los materiales se volvieron silenciosos y la luz se limito a un foco. Las personas nos conectamos a los lugares, ellos guardan nuestras memorias, cuentan nuestras historias y sin esta conexión en el espacio solo quedara el silencio.

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